La Rosa de la Esperanza



En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente.
Khalil Gibran

Cada vez que pienso, sé que sin ti, nunca nada será lo mismo. Tu pequeño cuerpo, diminuto, tu carita, redonda con esa nariz que parece un minúsculo botón, bajo esos grandes ojos que parecen lucecitas. Luces que se apagan cada día que pasa. Sé que eres fuerte, que luchas, pero no es suficiente. Ni tan siquiera los equipos electrónicos a los que estás conectado, ni mis plegarias, ni mi fe, consiguen que el latido de tu corazón sea estable.
Aprovecharé estas horas que dispongo para estar a tu lado, para explicarte como empezó todo. Como conocí a tu padre, al amor de mi vida, al único hombre al que siempre amaré.

Estaba en clase de Historia del Arte, en la Universidad, Violeta, a mi lado como siempre importunando, no me dejaba escuchar a la profesora. Te diré que la historia siempre me ha entusiasmado. Finalmente y para que de una vez se callara le pregunté que narices quería... Entonces me señaló dos filas más adelante, en la parte izquierda. Un chico de piernas largas calzaba unas botas tipo motoristas, preciosas. Vaya pie más enorme, - pensé. Quedaba justo de lado a mí, sólo podía verle el perfil y sus cabellos largos, negros, ondulados y fuertes. Una poderosa nariz y unas manos grandes como sus pies, era todo. Todo y suficiente para hacerme una idea general. Sentí una atracción irresistible. No recuerdo el resto de la clase. Reaccioné, cuando todo el mundo se estaba levantando. Violeta empezó a darme con el codo, diciéndome que espabilara que ya habíamos acabado. El chico, se levantó, cogió sus cosas y paso por mi lado, casi me roza. Lástima, - me quejé para mis adentros, por no ser así. Violeta percibió mi repentino enamoramiento. El resto de la semana se la pasó incordiándome para que me decidiera a entrar en contacto con él. El joven, ajeno a todo, pasaba totalmente de mi. No me descubrió hasta que en un arranque de extrema valentía, me enfrente a él y le dije toda decidida:
- Vamos, te invito a un café.
- ¿Cómo? Me hablas a mí, - miró a su alrededor buscando a alguna otra persona.
- Sí, es a ti. ¿Que tal? Soy Verónica. Voy a la máquina a tomar un café ¿te apetece...?
- Pues,... – dudó durante unos instantes interminables -. Bien, si te acompaño, pero yo tomaré un té, no soporto el café.
Horror, ya he metido la pata – pensé. Que poco acierto que tengo para estas cosas. Justo le invito a algo que no le gusta. Si ha aceptado, a pesar de ello, es porque le debo parecer interesante. Hay esa posibilidad.

Este fue el inicio de un grande y eterno amor. Solamente había pasado un año desde este encuentro, cuando ya estábamos unidos como pareja. Aunque la convivencia siempre es dura, si hay amor de verdad, la tolerancia y el respeto se hacen los dueños, no hay quién pueda con ellos.
Era un atardecer a principios de septiembre, aún disfrutábamos de unas pequeñas vacaciones bien merecidas, volvíamos de la playa, sentía un terrible dolor de riñones, como si fuera a tener la regla, hacía más de una semana que se me retrasaba. Sentí el impulso de entrar en una farmacia y comprar uno de esos aparatitos que en unos minutos te disipan las dudas. No le dije nada a él, quería que fuera una sorpresa. En cuanto tuve la respuesta, fuí en su busca, lo encontré descansando, aguardando la puesta de sol para salir a pasear. Llevaba el chivato en mis manos.
- ¿Que prefieres, niño o niña? – lo sorprendí de verdad.
- Siempre me han gustado los niños, - sentenció - pero y las niñas… que preciosas... Me gustaría un niño y también una niña.
Reía y me besaba, sin saber todavía que pronto tendría o una cosa o la otra. Le puse el bastoncito con el resultado delante de la cara.
- Positivo, Daniel, ha dado positivo, mira ¿lo entiendes...? – le pregunté exultante.
- ¿Que es esto? – su voz se volvió balbuceante.
- Un test de embarazo, tonto...
Me cogió en brazos y me levantó en el aire dándome vueltas sin cesar, con una energía excepcional.
- ¿Quieres parar...? - le advertí - Me estoy mareando.

Reímos, como nunca antes lo habíamos hecho. Durante todo el tiempo del embarazo no dejó un sólo día de acariciarme el vientre, no dejó nunca de hablarte, de notar como crecías. Fuimos juntos a todas las visitas del médico. El 2 de abril viste la luz por primera vez, de forma prematura. Tú la luz, nosotros el sufrimiento. Nunca olvidaré cuando la comadrona te puso sobre mi pecho, estabas grasiento, mojado y arrugadito, todo tú encogido, con cara de pocos amigos, como si estuvieras enfadado. Por un momento, abriste los ojos, me miraste y me reconociste, al tiempo, los volviste a cerrar. Creo haber notado como nos regalaste una ligera sonrisa. Estuvimos llorando y riendo para volver a llorar. Nos mirábamos y reíamos, y así repetidas veces sin poder parar. Hasta que una enfermera se te llevó. Desde aquel preciso instante en que nos separaron de ti, nunca más hemos podido reír y llorar los tres juntos. Porque ya no volviste a nuestros brazos. Ya nunca más volvió a ser lo mismo. Ahora eres un cuerpo ligado a un montón de cables, que van a parar a un sinfín de maquinas, llenas de luces y de ruidos agotadores. No me dejan cogerte y mecerte en mis brazos. Te damos de comer con un biberón que tiene una pequeña tetina, después de succionar un par de veces ya estás agotado. Rogamos a Dios para que te ayude a salir adelante o bien que se te lleve antes que verte sufrir.
Esta misma mañana he sabido que te podíamos recuperar, lo he sabido porque he visto tus ojitos, me has mirado, haciendo un terrible esfuerzo y me has vuelto a sonreír. He percibido tus ganas de vivir, me lo has dicho sin palabras. He sabido que había llegado el momento para la esperanza. Es por eso que no pienso moverme de tu lado, no pienso dejarte ni un minuto. Estaré a tu lado para verte remontar. He visto la luz. He gritado llamando a tu padre, no se lo podía creer. Llora a mi lado como un niño. Ha llegado la Doctora, ella tampoco parece creérselo. Parece un milagro. Yo sé que es un milagro.

Les pido que me dejen cogerte, sé que lo necesitas, sé que eso te ayudará a coger fuerzas para seguir adelante. Ellos dudan pero yo insisto. Te mezo en mis brazos, te beso, ya casi no recordaba tu olor, la suavidad de tu piel. Estamos los tres juntos otra vez, por fin podemos reír y llorar a la vez.
Tu padre nos ha traído un ramo de Rosas frescas, frondosas, plagadas de verde, el color de la esperanza.